19 mayo 2006
Mi papá todavía se levanta temprano todos los días para ir a trabajar. Está trabajando ahí desde que se fue de la marina, me tinca que llega primero y es el último en salir. Es como el protagonista de una serie de televisión que repite el mismo capítulo de lunes a viernes (incluso sábados y domingos en algunas ocasiones). De ninguna manera quiere perder contacto con lo que fue su vida: el mar; si no está corriendo una regata (su pasión) está haciendo cuadros de nudos.
Mi mamá nos ha dedicado la mitad de su vida. Aunque creo que la mitad suya consistía en una manera de hacer familia y trabajó para eso. Cuando todavía nos vestíamos de uniforme, se levantaba muy temprano para tener listo el desayuno. Después se ponía algo rápido, generalmente buzo y zapatillas, y algo despeinada y sin nada de maquillaje, iba a dejar a mi hermano menor al colegio. Mientras estudiaba, ella siempre preparaba algo rico y lo llevaba recién calentado a la mesa. Nunca un envase de "Findus" en lata ni un puré instantáneo. El uniforme siempre listo y calentito en invierno, tardes enteras con nosotros durante el verano, la mayor parte del tiempo era el no hacer nada. Cuando me dio por ser marino, ella siempre estuvo de mi lado, alentándome en caso de que las cosas salieran mal (que así fue como pensaba). No creo que sea necesario hablar de cuando mi hermano quiso ser malabarista y después actor... Cuando era más chico me molestaba que fuera tan estricta, aunque a medida que fui creciendo, agradecí haber tenido una mamá y no una amiga.
Ellos, los dos, ahora bordean los 47 y algo y nosotros tenemos 25 y 20. A mi hermano y a mí nos queda seguir sus pasos a nuestro modo y a nuestro propio ritmo. A ellos se les viene un nuevo mundo por delante. Van a perder la etiqueta de padres. Se sentarán en el comedor los dos solos cara a cara, y se van a dar cuenta que de ahí en más serán sólo un hombre y una mujer. Conversarán de cómo ha sido todo, en que etapa se encuentran y en como se proyectan. Podrán tener una nueva casa, caminar, leer todos esos libros inconclusos, ver todas esas películas de las que tanto les hablamos, viajar por donde ellos quieran y descansar. Observar como están las cosas, mirar para el lado y concluir que dio lo mismo lo que dejaron de hacer, ver nuestras caras de felicidad y saber que todo valió la pena, y que finalmente ha llegado el tiempo de cosechar.
Al menos, eso espero.